Hubo largos períodos en los que el arte no buscaba lo nuevo, sino que se
enorgullecía de embellecer la repetición, de reforzar la tradición y de asegurar la
estabilidad de una vida colectiva; la música y la danza sólo existían entonces en el
marco de los ritos sociales, de las misas y fiestas. Luego, un día, en el siglo XII, un
músico de iglesia tuvo en París la idea de añadir una voz en contrapunto a la
melodía de un canto gregoriano, intacto desde hacía siglos. La melodía
fundamental seguía siendo la misma, inmemorial, pero la voz en contrapunto era
una novedad que daba acceso a otras novedades, al contrapunto a tres, cuatro, seis
voces, a formas polifónicas cada vez más complejas e inesperadas. Como ya no
imitaban lo que se había hecho antes, los compositores perdieron el anonimato, y
sus nombres se iluminaron como lámparas que jalonaban un recorrido hacia la
lejanía. Al tomar vuelo, la música se convirtió, para varios siglos, en historia de la música.
Todas las artes europeas, cada una a su hora, levantaron el vuelo de la
misma manera, transformadas todas en su propia historia. Éste fue el gran milagro
de Europa: no su arte, sino su arte convertido en historia.
¡Ay!, los milagros son poco duraderos. Quien levanta el vuelo un día
aterrizará. Presa de la angustia, imagino el día en que el arte dejará de buscar lo
nunca dicho y volverá, dócilmente, a ponerse al servicio de la vida colectiva, que
exigirá de él que embellezca la repetición y ayude al individuo a confundirse,
alegre y en paz, con la uniformidad del ser.
Pues la historia del arte es perecedera. La palabrería del arte es eterna.
Milan Kundera, "El telón. Ensayo en siete partes". Barcelona: Tusquets, 2005
martes, 20 de abril de 2010
ETERNIDAD
tema:
"anzuelos"
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